Escribo para
muchas de vosotras y vosotros, que acudís a consulta preguntando, ¿Qué puedo
hacer para sacarlo de mi vida y mis pensamientos? Conocemos a alguien, y si no
hemos tenido desde niños nuestros depósitos de amor cargados somos candidatos a
sufrir por alguien que nos maltrata con tal de permanecer a su lado por pura
dependencia. La costumbre y el apego ejercen en las personas una poderosa
influencia, haciendo que no puedan soltar el lastre de relaciones que son
perjudiciales. Del mismo modo, el miedo de estas personas al abandono, les hace
montar escenas de celos, causadas por su propia inseguridad, que acaban minando
cualquier interés que alguien sano pueda tener por compartir su vida con una
persona con tan alto grado de dependencia. La persona dependiente construye en
torno a su amado/a un pedestal del que no le sabe bajar. Haría cualquier cosa
por conservar a su lado a esa persona, aun cuando el otro continúe muchas veces
a su lado por pena o costumbre. Para vivir en bienestar
y constante crecimiento deberíamos aprender a dejar ir situaciones o personas
que no nos aportan calidad de vida. Nos suele costar no aferrarnos a cosas, ya
que el ser humano se siente más
seguro ante lo conocido. Sin
embargo, ante la pérdida de algo a lo que estábamos acostumbrados aparecen
temores e incertidumbre.
Parejas que no son felices y
siguen juntas, trabajos que amargan la existencia, amistades tóxicas, familia
que coarta la libertad, etc…, hay tantísimas situaciones y personas que nos
rodean y empeoran nuestro bienestar y,
aun así, a veces nos empeñamos en seguir aferrados a ello….
Muchas veces acuden a la consulta
personas preocupadas en cómo olvidarse de esa persona que ya no les quiere.
Difícil entender cuando aquello a lo que nos aferramos no es algo que nos
aporte amor y felicidad sino algo que nos daba únicamente costumbre y seguridad
aparente. Construimos ideales, castillos de naipes en torno a esa persona que
nos salvará y nos colmará de una felicidad que solo nosotros mismos podemos
darnos. Solo de nuestra propia esencia y de lo que somos podemos nutrir nuestra
alma para llegar a ser felices y dichosos. Tratamos constantemente de pedírselo
a otros, de aferrarnos, de apegarnos, de llorar por otros, reclamar a otros,
exigir que nos den su amor, que reconozcan todo el esfuerzo y sufrimiento que
invertimos en ellos. Nuestra manera de responsabilizar a otro de nuestra propia
felicidad no es sino una manera de
evadir responsabilidades propias.
Es curioso ver como el modo de
elegir nuestras parejas no es más que un intento de cubrir nuestras carencias
infantiles de amor. No cabe duda que todas nuestras madres y padres hicieron
cuanto pudieron o supieron para darnos su amor en base a lo que ellos
recibieron. En materia emocional, si echamos la vista atrás, se le daba escasa
importancia a mostrar emociones y afectos sinceros, a dedicar espacios
familiares de comunicación donde se expresasen los afectos. Se daba por sentado
que tu madre y tu padre te querían y por eso no había que decirlo. Lo que
estaba bien ya se sabía y lo que hacíamos mal se repetía hasta que supiésemos
hacerlo bien. En esa carencia de refuerzo positivo y de dificultad de expresar
el amor sentido algunas personas se sienten con una autoestima adulta pobre que
acaba produciendo en ellos una dependencia emocional y la necesidad de
reconocimiento de los demás, en especial de la pareja. Con tales exigencias y
demandas infantiles, es posible que la pareja se agobie o asfixie más tarde o
temprano.
Solo cada uno de nosotros podemos
devolvernos el amor, desde la profunda comprensión de que lo que nos dieron es
todo cuanto nos pudieron dar nuestros padres y es suficiente. Solo
integrándolos a ambos en nuestros corazones desde el amor profundo y el respeto
a lo que nos dio la vida podremos respetarnos a nosotros mismos y tener una
sana autoestima.
Es importante cuando nuestras relaciones
sentimentales fracasan una y otra vez analizar la relación con nuestra madre y
nuestro padre y ver si estamos ocupando en ella el papel que nos corresponde
como hijos y si los tenemos a ambos integrados de forma amorosa en nuestro
corazón. De no ser así, tal vez deberíamos pedir ayuda emocional para poder
hacerlo y, con nuestra familia en paz, posiblemente sea el momento de poder
formar una nueva, no sin una previa y dificultosa tarea. Construir muros sin unos cimientos nunca ha sido posible; del
mismo modo, construir relaciones de pareja sanas desde la falta de amor a
nuestros orígenes y quien nos dio la vida es una tarea, sin duda, destinada al
fracaso.
Os animo a todos a sanar el
origen del amor en vuestros corazones, dar a nuestros padres un lugar de amor e
integrarlos agradeciéndoles que nos dieran la vida y que a pesar de las
dificultades que tuviesen siempre hicieran todo cuanto supieron y pudieron por
nosotros. Os animo a aceptar que no existen padres perfectos y que los nuestros
nos han dado lo suficiente y necesario para poder ser y elegir un futuro desde
nuestra responsabilidad de adultos.