miércoles, 18 de noviembre de 2015

Pienso, luego siento.


Varios filósofos antiguos (Platón y Aristóteles) y líderes modernos (Antony Robbyns, Robin Sharma, Suryavan Solar) coinciden en que “el hombre es el verdadero dueño de su destino”. ¿Cuál será la raíz y el punto de convergencia capaz de perdurar en el tiempo? La respuesta más adecuada y simple es que hombres y mujeres que asumen la responsabilidad de sus propias vidas y de liderarse a sí mismos tienen el poder y la capacidad de influir en su propio subconsciente, es decir, pueden construir un jardín florido y abundante, lleno de flores de todos los colores y tamaños, a través de pensamientos constructivos y positivos; o por descuido dejar que se filtren pensamientos inútiles y negativos y crezcan y se reproduzcan en ese jardín como maleza, sembrando desconfianza hacia ellos y sus semejantes.
Saber reconocer nuestros pensamientos es la base de nuestra capacidad para dar y recibir. Ser consciente de cómo nos sentimos y sintonizar con esos sentimientos es la forma más rápida de saber lo que estamos pensando.
Emociones tales como el entusiasmo, la felicidad, la gratitud o el amor nos predisponen a estar abiertos, generosos y en armonía, independientemente de lo que pase a nuestro alrededor. La celebración de ese estado atrae más emociones de ese tipo y situaciones que nos brindan bienestar. En realidad es muy sencillo: “semejante atrae semejante”. Si a diario te preguntaras “¿Qué estoy atrayendo?” ¿Cómo me siento en este momento de mi vida? Probablemente, si te sientes bien, estarás creando un futuro que seguirá la senda de tus deseos. Todo lo que pensamos y sentimos está creando nuestro futuro.
Por otro lado, emociones como angustia, enojo, ira, rencor o frustración atraerán más desarmonía e insatisfacción. Los pensamientos son los que provocan los sentimientos. Éstos determinan la frecuencia de nuestras emociones. Recuerda que los pensamientos son la causa primera de todas las cosas. Cuando mantenemos un pensamiento durante un tiempo, éste se transmite al Universo. Ese pensamiento se adhiere magnéticamente a la frecuencia de lo semejante y en cuestión de segundos devuelve la lectura de esa frecuencia a través de las emociones que sentimos.
Dicho de otro modo, el Universo se comunica contigo a través de tus sentimientos
para decirte en qué frecuencia te encuentras en este momento. Cambia tus pensamientos y dirígelos a dónde quieres. Del mismo modo, todo aquello que pensamos o  hacemos tiende a volver a nosotros, tal vez nunca de dónde esperamos o creemos que llegará, pero sí de algún lugar, recibiendo así aquello que nosotros mismos hemos dado. Lo que hacemos y cómo lo hacemos vuelve como un boomerang hasta nosotros de la misma forma en que lo hemos hecho, sin cambios, y además deja huella, inevitablemente. Algunas más profundas que otras, pero lo que hacemos siempre le influye a alguien (incluidos nosotros mismos) y nuestras acciones llegan más lejos de lo que sospechamos. Las personas hemos de esforzarnos en vencer el miedo y la desconfianza ante la incertidumbre de lo que no conocemos y cambiar la forma en que actuamos y pensamos, mostrarnos de forma autentica y sincera, quitarnos las máscaras. Pero para vencer la inseguridad necesitamos esforzarnos desde dentro para que nuestra actitud se refleje también hacia fuera. Son solo algunos los que suelen anticiparse a los cambios, señalando los caminos que después seguirá la mayoría; unos pocos son los genuinos, auténticos, espontáneos, los que no desconfían del resto, mostrando una actitud abierta y generosa. Eso no evita el no poder alejarnos de personas que emiten negatividad, ni tratar de luchar contra molinos de viento para que todo el mundo actúe desde el amor. Responsabilizarse de lo que uno hace no tiene una connotación negativa sino todo lo contrario, implica madurez y libertad. Cuando comprendemos que somos libres de tomar la actitud que queremos en la vida, responsabilizarnos de nuestras acciones nos resulta fácil y natural. Si al principio parece incómodo, el truco está en darnos tiempo. No tenemos por qué responder ni actuar en el mismo momento en que ocurren las cosas. Somos libres de tomarnos el tiempo necesario hasta asegurarnos de tener la actitud deseada. Esta es la gran diferencia entre actuar y reaccionar. Después, es necesario aceptar las consecuencias con optimismo, sabiendo que son éstas y no otras, el resultado de nuestra acción. Es la ley de causa y efecto: “Quien siembra, recoge.”
Reflexionemos sobre qué estamos pensando al leer esto, en nuestros sueños, nuestros deseos, en si nos alejamos de personas que amamos por orgullo, en si somos sinceros con los demás y con nosotros mismos; entendamos que lo que pensamos tiene un impacto y que lo que hacemos nos llegará de otros, lo bueno y lo malo; pensemos en comportarnos tal y como nos gustaría que nos tratasen a nosotros.
Dedico este artículo a alguien que llego hace unos días a mi vida después de años perdido, para devolverme su agradecimiento y su amor, alguien que con sus palabras ha renovado el vuelo de mi boomerang, que ya se dirige de nuevo cargado de amor en otras direcciones, pues en algún momento pensé que no llegaría, tal vez solo porque creía que vendría desde otras direcciones.
Gracias, Suso.