La ciudad ya brilla anunciando la llegada de la navidad. Si bien Ésta anuncia
una época de disfrute, gozo, encuentros y desencuentros, no cabe duda que
invita también a la reflexión, despidiendo un año más que se va y augurando la
llegada de uno nuevo, cargado de magia e ilusiones renovadas.

Cuando abandonamos el territorio de la
infancia, poco a poco, nos damos cuenta de muchas cosas que quizás, en aquella
época, quedaban difuminadas por los sueños o escondidas detrás de nuestras
ilusiones. Unos deseos vírgenes, todavía sin adulterar por la funesta maraña de
confusas emociones que nos acompañan cuando “pegamos el estirón”.
Por desgracia, muchas veces las
«Navidades» constituyen una pesada carga para muchas personas, un lastre
difícil de aligerar, un tiempo que hemos olvidado cómo vivir. Compromisos por
los que patalean nuestras almas y comilonas que dejan exhausto a nuestro templo
de carne y hueso, consumismo, compra, ausencias…
Es muy complicado ofrecer una
respuesta unánime a lo que cada uno siente cuando se acercan estas fechas.
Somos muy distintos y cada persona necesita recorrer su camino, vivenciar sus
propias experiencias para darse cuenta de que la «Navidad» es un nacimiento, un
principio, un nuevo comienzo. Pero esta vivencia solo puede transitar nuestros
corazones, el de cada uno. Nadie puede decirnos como debemos sentir: es un
descubrimiento al que debemos llegar poco a poco…
La creciente luz de este solsticio
invernal nos invita a la «Natividad» de algo nuevo en nuestra vida: «depende de
ti, comienza, se trata de ti». Y así, como preconizaban los que nos
precedieron, todos los años podríamos «volver a nacer», a concedernos una
ocasión para renovar toda la negatividad que hemos ido acumulando a lo largo
del año.
Ahí está lo verdaderamente importante:
volver a nacer, renovarnos en sentimientos y emociones para que estas no mueran
en nuestros corazones.