Así como hay dos polos en un imán, uno positivo y otro negativo, las personas también cargamos con dos personajes en disputa; uno de ellos es el que se afana por el éxito material y el otro que aspira a elevarse espiritualmente. “Dos personas han estado viviendo en ti durante toda tu existencia; una es el ego: charlatán, exigente, histérico, calculador; la otra es el ser espiritual oculto, cuya suave y sabia voz has oído y atendido sólo en pocas ocasiones”.
La paradoja surge cuando, aun habiendo sido nosotros sus artífices, nos identificamos tanto con nuestro ego que acaba dictaminando nuestro comportamiento cotidiano. Esto sucede especialmente en nuestras relaciones con los demás. Un ejemplo de ellos sería que la mayoría de las personas de nuestra sociedad occidental mantiene de forma inconsciente la creencia de que en una discusión uno debe tener siempre la razón ya que, de lo contrario, esto será interpretado por los demás como un síntoma de debilidad e incluso de cierta estupidez. Esto hace que nos embarquemos a menudo en conversaciones vacías en las que, más que el escuchar y el enriquecimiento mutuo, lo que se da es una lucha entre egos hambrientos de atención y protagonismo. Este estado mental hace que, a menudo, cerremos las ventanas de nuestro ser por miedo a que nuestro ego salga lastimado de la batalla, impidiendo de paso que bocanadas de aire fresco lleguen hasta nosotros. El principal beneficio que sacamos de proteger nuestro ego es una sensación inmediata de seguridad. Esta sensación nos llega cuando logramos ponernos una etiqueta que describe quién somos (yo soy una persona que siempre tiene razón, que se sacrifica por el bienestar de los demás, yo soy un buen profesional, yo soy sabio y con experiencia, yo soy una persona alegre y despreocupada...). Si pensamos sobre esto en profundidad, en seguida nos daremos cuenta que la sensación de control que esto nos proporciona es totalmente irreal. Sin duda, el ponerme una etiqueta me alivia porque me evita tener que decidir a cada instante quién o qué soy, me da una boya a la que agarrarme para no tener que luchar con la marea.
Sin embargo la boya nos impide movilidad. Así mismo actúa nuestro ego sobre nosotros: es como un apuntador que nos dicta qué parte del diálogo debemos recitar en cada momento.
La psicología cita que el ego es como el
falso yo; algunas características del ego serían: hablar a espaldas de las
personas para sentirnos mejores que ellas, encontrar los errores en nuestros
subordinados para sentirnos superiores, o no aceptar que nos equivocamos, negándonos
la oportunidad de aprender de nuestros errores. Se puede ser altruista y
bondadoso para “mostrarnos” ante los demás y eso… también es ego.
Todos tenemos una inmensa colección de
máscaras, las utilizamos según nos convenga ya sea en el ambiente social, laboral,
familiar, de pareja, etc, las tenemos adheridas.
No sabemos diferenciar qué hacemos por
nosotros mismos y qué hacemos por la manipulación del ego… El ego es una
personalidad inferior que se crea cuando la persona tiene una autoestima baja,
es decir, una sensación de baja valía y competencia personal. El ego, a través
de sus múltiples manifestaciones, trata de ocultar a toda costa que la persona
se siente internamente insegura, no valorada y poco querida. Es por esa
misma razón que utilizamos las máscaras para ser “aceptados”,
Para no correr riesgos utilizas una máscara
(coraza o escudo protector) que es distinto a quien realmente eres: simple y
vulnerable. No sueles mostrarte de esta manera, ya que consideras que
si la gente descubriera cómo eres en el fondo, no tolerarías ni la exposición,
ni el altísimo nivel de vulnerabilidad que te conecta a la realidad en la que
vives.
Tu mejor defensa para no mostrar tu
vulnerabilidad, es mostrar máscaras, y de esta manera intentas suavizar el
efecto de un rechazo. Estas mascaras levantan paredes indestructibles
entre las personas, ya que antes de entablar una relación sincera el boicot ya
se ha activado, y la posibilidad de una conexión emocional, también.
Tú eres el que hiere primero, antes que
aparezca la remota posibilidad de que te hieran a ti, y abandonas, mientes,
engañas. No es un mecanismo consciente, ya se ha instalado en tu
subconsciente, y esta situación se repite ante estímulos similares.
Además, tu máscara cumple otra función:
atraes gente que se ve seducida por esta actitud que has inventado, y no por quién
realmente eres. Al no poder dejar emerger tu verdadera personalidad,
buscas personas que refuercen tu personaje y si te descubren y empiezan a ver
tu verdadera persona sientes miedo y te alejas. Prefieres relacionarte
desde tu personaje y no desde el interés genuino en quien busca una conexión
emocional contigo pues eso te aterra. Eso produce que las personas que no
lleven máscara, cansadas acaben alejándose de ti, pues tu personaje ya les
aburrió y vieron tu persona, pero tú no dejas que se acerquen a ella, no
confías en ellas, porque no confías en ti.
Cada vez que aparece alguien que lee a
través de todas tus máscaras, que logra una empatía muy especial contigo, y se
conecta con tu vulnerabilidad y tus emociones más íntimas, esto te deja
desprotegido e indefenso, sin saber qué hacer o cómo reaccionar, ya que en este
caso los mecanismos de defensa inconscientes que venías activando no surten
efecto. Esas personas suelen ser personas auténticas, por supuesto tienen ego,
pues es inherente al ser humano, pero están liberadas de sus máscaras del ego, lo
han transcendido al desnudarse ante sí mismas y ante el resto, han sufrido y se
han sentido vulnerables, han aceptado sus luces y sus sombras y saben que no
pueden gustar a todo el mundo y aun así se gustan a sí mismas. No necesitan
protegerse constantemente ni crear personajes, pues viven con su persona.
Puedes deshacerte de tus máscaras si
verdaderamente lo deseas. La oportunidad de cambio hacia relaciones más
gratas y saludables está en tus manos, sólo depende de ti decidir que ha
llegado el momento oportuno para dejar las máscaras atrás y dejar que tu
personalidad fluya, solamente tú lo decides.
¿Te atreves a ser tú mismo?