Desde hace un tiempo me dedico a asesorar empresas en
la parte de relaciones humanas como coaching empresarial y es algo apasionante
poder aportar algo de claridad a las diferencias existentes que crean
conflictos y estancamientos en los equipos humanos.
Una organización es un sistema humano complejo, sin
duda algunos de una complejidad mayor debido al gran crecimiento de las mismas.
Si ya en un sistema aparentemente sencillo como el familiar conviven conflictos
que a todos nos producen malestar, en una mediana o pequeña empresa esas
dificultades se van multiplicando en base a muchos factores, como por ejemplo,
el tamaño de ese sistema organizacional.
En mis experiencias como coaching en los últimos años
he podido detectar que, independientemente
del equipo o el objetivo de la empresa, las dificultades siempre son las
mismas: las relaciones humanas y el tipo de liderazgo que guía a la empresa. Aquellas
empresas grandes en las que conviven muchas personas y los organigramas son más
diversos, tienen muchas más dificultades, pues los sistemas son más complejos e
intervienen muchas más personas. Por otro lado, si aprovechásemos las sinergias
de las capacidades de los equipos humanos grandes y empezásemos a cambiar la
forma de vernos los unos a otros, desde una mirada más humilde y amorosa, los
resultados de las empresas sin duda se multiplicarían hacia el éxito.
En mi formación he tenido también la suerte de conocer
empresas que hacen del trabajo un lugar feliz, donde todos se dirigen, sin
perderlo de vista, hacia un objetivo mayor y más grande que las discrepancias
entre sus opiniones o egos encontrados. En dichas empresas hay algo común de
suma importancia, y es que cada uno sabe ocupar su lugar y mirar al otro desde
el respeto y la humildad, pues es bien cierto que de opiniones diferentes a la
nuestra y de diferentes puntos de vista siempre podemos aprender algo nuevo y
enriquecedor.
Hay un autor, Robert Safdie, que me encanta por su
trabajo con equipos humanos; consultor en administración y recursos humanos y
autor del libro ¡Aquí mando yo!,
muchas de las cosas que relata han sido una fuente de inspiración en mi trabajo
en organizaciones humanas como hospitales, hoteles, empresas generadoras de recursos,
escuelas, etc.
Safdie considera que una persona pobre bien puede ser
autoritaria y prepotente, porque esto no depende del estatus, sino del carácter,
porque la humildad corresponde a dos virtudes principales: el respeto y la
tolerancia.

Así mismo, advierte que no se debe confundir humildad con sumisión. “Una persona puede ser humilde manteniendo intacta su
autoestima, sin ser sometida”. Está a favor de ser un colaborador, no un
subalterno para toda la vida y por ello recomienda a los niveles superiores que busquen trabajar con
gente humilde sin ser sometida, pues podrá confiar en que ellos pondrán en
evidencia su verdadera personalidad y usarán su criterio.
La persona sometida no inspira confianza, pues hace
solo lo que se le manda y lo interesante para avanzar es que la persona tenga
derecho a opinar, disentir y tomar iniciativa. Que mientras respeta las
normas, procedimientos y colaboradores, pares y superiores en la jerarquía
laboral, jamás deja de hacer prevalecer su autoestima. Alguien que está
consciente de lo que vale, de lo que puede aportar y de sus debilidades, interpreta
bien el concepto de humildad.
El liderazgo humilde sí es posible, dice Safdie, y
consiste en respetar al equipo de trabajo, aceptar a todos como son y ayudarlos
a progresar, guiarlos hacia el éxito. Mandar contra toda razón no es ser líder,
al igual que tampoco lo es no definir una línea clara en el horizonte de hacia
dónde se dirige el equipo. El líder debe ser un cielo claro que marque el
camino, donde cada uno se coloque en su lugar, sin estrellas que brillen más, desde
la igualdad, en base a las competencias y formaciones de cada uno de los
miembros del equipo. No existen tareas más o menos importantes, sino aquellas
para las que estamos preparados y formados y que, a su vez, nos motivan y
apasionan.
A menudo en las empresas suceden cuestiones muy
simples que se vuelven complejas, como en los intentos de establecer relaciones
con otros que terminan en malestar, porque la otra persona no responde como
esperábamos o simplemente no muestra interés. Ese malestar proviene de las expectativas: esperamos algo
del otro a cambio de nuestra intención. Y de eso también hay que liberarse
cuando se quiere descubrir lo que es la humildad, puesto que el otro no tiene la obligación de llenar mis
expectativas ni darnos la respuesta que queremos. Lo único que cabe hacia el
otro, en su diferencia, es el respeto. Cada persona que forma parte de un
equipo humano tiene la responsabilidad de
trabajar en sus emociones y aprender a no sufrir cuando no se cumple lo
que uno espera.
Las expectativas, aunque lo parezca, también son una forma
de encumbramiento del ego. Creer que se sabe, se tiene o se puede más, y por
tanto, se tiene derecho a esperar más. Si nos ponemos por encima de los otros
no puede haber comunicación real.
El otro extremo es tomar una actitud de aceptación a
todo lo que el otro quiera, dejando de lado el propio criterio; rebajarse tampoco
es humildad, sino más bien un grado de
servidumbre y de falta de autoestima. Creerme menos que el otro es actuar desde
el miedo. El humilde no se desprecia sino que es muy acertado en cómo se ve y
se presenta a sí mismo. El humilde habla de sí mismo y sus emociones y no
utiliza las opiniones de otro como escudo ni como arma arrojadiza cuando las
opiniones del otro son diferentes.
Uno de los objetivos fundamentales, como persona
dentro de un equipo, es el plantearse individualmente la siguiente pregunta: ¿Puedo aceptar a esta
persona en totalidad tal cómo es? Así es válido esperar que el otro tenga la intención
de aceptarnos también. Pero si mido el valor del otro en función de que cumpla
o no mis expectativas estoy diciendo que mis parámetros son los únicos válidos,
que para mí no existen los de la otra persona.
La humildad, tiene mucho que ver con la empatía, saber
que el otro es tan digno de vivir y ser amado como uno mismo, y que para tratar
de hacer algo juntos hay que poner los dones de cada uno al servicio de un bien
mayor. Si tengo esa intención y el otro lo percibe estamos conectados y no nos
obstaculizarán la soberbia, la vanidad, la envidia y la competencia.
Para llegar a la humildad hay que salir del camino de
la competencia, aun cuando nos han
puesto el competir como la clave del éxito. La humildad implica gratitud ante
la vida, contentamiento por ser quien se es. Si quieres llegar a cierto nivel
para servir más y mejor, puedes hacer un camino de éxito sin perder la humildad.
Puedes destacar, pero lo importante es qué te impulsa a llegar allí.
Pues la persona más humilde no está para ser servida, sino que ha desarrollado una gran capacidad de servicio. Mientras más respetable eres, mayor es tu nivel de respeto para los otros. Quien ha recibido mucho (conocimiento, experiencia, títulos, bienes, dones) adquiere altas responsabilidades de servir.
Pues la persona más humilde no está para ser servida, sino que ha desarrollado una gran capacidad de servicio. Mientras más respetable eres, mayor es tu nivel de respeto para los otros. Quien ha recibido mucho (conocimiento, experiencia, títulos, bienes, dones) adquiere altas responsabilidades de servir.
Y el primer servicio que presta la humildad es el
bienestar y la paz interior. El poner límites sanos y conscientes es reconocer
que los necesito para tener paz y salud. No se trata de dejarse golpear dos
veces la mejilla, sino de tener el temple de no devolver el golpe, de expresar
el propio parecer, esperar a que el otro reaccione mejor, y si no, retirarse.
Es decir: Tengo tanta dignidad como tú y no te doy permiso de que me faltes el respeto. Eso no es bueno para ti ni para mí. Tú has de crecer aprendiendo a respetar a los demás, y yo he de crecer aprendiendo a poner un límite sano para mi bienestar.
Es decir: Tengo tanta dignidad como tú y no te doy permiso de que me faltes el respeto. Eso no es bueno para ti ni para mí. Tú has de crecer aprendiendo a respetar a los demás, y yo he de crecer aprendiendo a poner un límite sano para mi bienestar.
Es apasionante al realizar trabajos en grandes empresas, con diferentes colectivos y
un gran número de empleados, como se puede observar el cambio de mirada hacia
el otro cuando nos paramos a hacerlo desde la humildad y la escucha, cuando no nos miramos
únicamente a nosotros mismos sino que nos permitimos acercarnos al otro. Tal
como dijo Warren:
“Humildad no es pensar menos de ti mismo, es pensar menos en ti mismo”.
Invito a los líderes de cualquier empresa a dar espacio para que los
equipos se miren con humildad, a ser cielos claros que ayuden a que todas las
estrellas ocupen su lugar y entre todas puedan iluminar un cielo cada ver más
hermoso y claro.