Cuando tocamos fondo el abismo aparece ante nosotros como un enorme gigante que nos traga sin remedio. Nos sentimos engullidos por una fuerza que no somos capaces de controlar y nuestras resistencias desfallecen sin remedio. Todos, en algún momento de nuestras vidas, atravesamos alguna crisis existencial que nos coloca sin remedio en una posición de miedo, frustración, indefensión, tristeza o rabia.
Aunque a veces nos encontremos en un túnel sin
salida y pensemos que somos incapaces de alcanzar la luz, toda sombra, tras el
sufrimiento profundo, nos enseña que cuando aquella vuelve a brillar de nuevo
podemos ver reflejos distintos antes jamás vistos. Hay una lección y una
lectura después de cada crisis personal, un aprendizaje y una oportunidad de
ser mejores. La vulnerabilidad deja en nosotros la grandeza de un manto de
humildad, sereno y nítido, como el rocío de una nueva mañana. La catarsis lleva
a un nuevo orden, sin duda mejor y diferente tras lo aprendido, aunque el
transcurrir del camino nos cueste verlo así. Valoramos de esta forma más
nuestro momento presente, de una forma más consciente y reconocemos a quienes
han estado presentes en cada momento, alentándonos y sosteniéndonos hasta que
por fin podamos resurgir de las cenizas como el ave fénix.
A todos nos cuesta pedir ayuda, sin embargo es
un signo de grandeza saber pedir ayuda y recibirla tanto como saber darla y
entregarla generosamente cuando nos es solicitada. Es un intercambio y flujo
natural de la vida que nos equilibra el dar y recibir de un modo natural, pues
todos somos iguales, construidos de la misma materia y de los mismos sueños,
fragmentos de meteoritos milenarios pasados que dejaron huellas en nuestras
almas a través de los siglos de evolución. Algunas de esas huellas son
invisibles y sutiles, pero otras a veces se hacen visibles y nos desgarran por
dentro. Cada uno de nosotros tenemos un poder infinito que proviene de generaciones
pasadas con increíbles fortalezas como legado de nuestros antepasados, que nos
han dejado todo cuanto somos y la posibilidad de construir nuestro mejor
futuro.
Ser capaces de recibir ayuda nos enseña también, cuando recobramos
el control, a ser capaces de devolverla de un modo generoso. Dar y recibir
amor, solo se trata de eso, de una ayuda sincera y comprensiva, empática, pues
todos formamos parte de un mismo origen y de algo único, de una misma familia
que a través de generaciones nos coloca aquí, donde somos y donde estamos para
desempeñar algo en la vida.
A pesar de nuestras angustias y miedos somos
mucho más que eso, podemos aceptar esos temores y angustias como una parte de
nosotros mismos, transformándolos en fortalezas renovadas. A veces solo un movimiento sutil de confianza
en nuestras capacidades, algo tan leve como el elevar las alas del vuelo de un
mirlo, puede hacernos resurgir a la vida. La sutileza de la confianza en
nosotros mismos y en nuestras infinitas posibilidades pueden devolvernos de
nuevo a la salida del túnel y solo allí la luz es más pura y luminosa que
antes.
La verdadera curación a cualquier proceso
emocional reside dentro de nosotros mismos y, aunque podamos pedir ayuda en ese
camino y orientación, cada uno de nosotros somos los maestros de nuestra propia
ayuda. Todo reside dentro, no en el exterior.
Me siento una gran afortunada por dedicarme a
una profesión en la que he podido brindar mucha vez ayuda a personas en
procesos emocionales dolorosos, pero de gran crecimiento personal. También me
siento agradecida por haber podido recibir esa ayuda cuando en momentos
difíciles he tenido que contar con ella. El tocar el sufrimiento con nuestras
propias manos nos coloca en disposición de entender el de otros de un modo
claro y revelador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario