martes, 23 de diciembre de 2014

NAVIDAD, TIEMPO DE SUEÑOS


Queda poco para estrenar un año más, y estas fechas nos generan una sensación muy agradable, algo similar a lo que siente un niño al contemplar su libreta nueva para la escuela, limpia y con todas las hojas en blanco esperando a ser escritas. El año nuevo se nos presenta como una oportunidad más que nos ofrece la vida para volver a comenzar o a mejorar. Es tiempo de formular deseos o hacerse propósitos nuevos que, como si de un borrón y cuenta nueva se tratase, nos llenan de ilusión para empezar con más ganas el nuevo año. Sin embargo, es importante no olvidar que cada día es un regalo y una oportunidad, por lo que no debemos cerrarnos y pensar que solo en fechas como éstas podemos proponernos cambios en nuestras vidas.
Muchos pensamos que la felicidad es una meta que podemos alcanzar, siempre y cuando cumplamos unos requisitos: seré feliz cuando tenga un trabajo mejor, cuando encuentre pareja, cuando baje esos kilos de más... pero pensando así condicionamos nuestra felicidad al futuro y a situaciones que tienen que ver con algo ajeno a nosotros o que se presenta fuera de nuestro alcance. Por eso debemos apreciar lo que tenemos en el presente, ya que lo importante es disfrutar de este momento al que hemos llegado, seguro, tras alcanzar muchas metas previas, sin por ello dejar de tener metas futuras. También es común pensar que la felicidad es para siempre o que una vez que la alcanzamos permaneceremos felices sin mayor esfuerzo. Pero la felicidad no es un estado permanente; es como una cumbre, un momento en el tiempo en que la plenitud del individuo llega a sus máximos niveles, un culmen en medio de una vida que desfila por momentos altos y bajos. Cada momento es importante, pues si no conociésemos el sufrimiento no podríamos valorar y disfrutar de la felicidad. Lo importante es, pues, llenar nuestras vidas de muchos de esos buenos momentos felices, que nos motiven a seguir adelante y a aprender de los momentos difíciles. Por último, una de las cosas más importantes para alcanzar nuestras metas es tener bien claro lo que está en nuestras manos y lo que no. Podríamos considerar esto como la diferencia entre los propósitos y los deseos. Un deseo es algo que queremos obtener y que puede depender de nosotros, de algo externo o de ambos factores; un ejemplo sería el de querer encontrar pareja. En cambio, un propósito es una meta a cumplir por nosotros mismos, es decir, que se encuentra en nuestras manos, como intentar esforzarse por llevar una vida más sana para sentirse mejor con uno mismo. Este propósito no solo es más realista sino que nos va a dar más posibilidades de alcanzar el deseo, por ejemplo, de encontrar pareja.
Es por todo esto que es importante vivir nuestra vida en equilibrio, aprovechando cada momento para mejorar, cumpliendo nuestros propósitos, así como aceptando nuestro presente sin dejar de mirar al futuro. De esta manera podremos llenar nuestras hojas, en blanco, de momentos felices.
Aprovechemos esta libreta nueva que se abre en pocos días para rellenarla de oportunidades, regalos, deseos, sueños, esperanzas, ilusiones, abrazos, besos, y todo aquello que llene las hojas de conservas emocionales para cuando vengan malos tiempos y la libreta se impregne de lágrimas que no nos dejen ver lo escrito. Será en ese momento cuando podremos volver a leer esas hojas llenas de sueños cumplidos.
Os deseo a todos el mejor de los años y que vuestros deseos se tornen realidad.

sábado, 18 de octubre de 2014

Practicar la gratitud.

Todas las emociones son necesarias y útiles. Saber expresar lo que sentimos forma parte de nuestra inteligencia emocional y es una forma de acercarnos a una mejor salud mental. Todos tenemos el derecho a sentirnos como lo hacemos en cada momento ya que cualquier sentimiento va implícito a nuestra condición humana; además, darnos la libertad de estar decaídos o tristes, contra lo que podamos pensar,es algo positivo, necesario y enriquecedor. Sin embargo no podemos dejarnos embriagar por la tristeza y acomodarnos en ella.Cualquier emoción en exceso no es adecuada, incluso un exceso de positivismo puede hacer que generemos unas expectativas irreales, poco coherentes con nuestras capacidades y circunstancias, y esto contribuir a aumentar nuestro nivel de insatisfacción y a generar frustraciones que nos resulten perjudiciales.
Una de las alternativas al positivismo exacerbado centrado en las expectativas referentes al futuro es el hábito de practicar la gratitud, es decir, el hábito de reconocer (darnos cuenta) y de sentirnos agradecidos por todo lo que tenemos (y obtenemos), en vez de centrarnos en todo aquello que nos falta. 
Reconocer y, en cierto modo, conformarse con lo que uno tiene (y obtiene) no significa dejar de estar interesado en mejorar, ni tampoco rendirse ni bajar la cabeza; no tiene que ver con resignarse, sino con ser consciente y aceptar las limitaciones propias, abandonando las prisas y las urgencias por cambiar aquello que nos rodea y no nos gusta. 
Si nos precipitamos es cuando las expectativas pueden resultar dañinas y generarnos ansiedad, convirtiéndose en obstáculos para tener una relación sana con la vida: cuantas más expectativas tengamos, menos habremos satisfecho, y por tanto más insatisfacción sentiremos. 
 En este sentido practicar la gratitud aprendiendo a dar las gracias, tanto por lo que tenemos como por lo que nos dan, me parece un buen ejercicio y una gran fuente de bienestar, porque además de hacernos sentir bien a nosotros mismos y a los demás, es algo que nos ancla al presente, permitiéndonos abordar el cambio y la mejora desde la consciencia y la serenidad, alejándonos de las urgencias. 
Si esperamos despertar cada mañana es poco probable que nos sintamos agradecidos por estar vivos. 
Hay personas que parecen capaces de agradecer todo aquello que la vida les pone en su camino sin aparente esfuerzo, y sin embargo otras a las que les cuesta un mundo porque todavía no han aprendido cómo hacerlo. Muchas de estas últimas parecen incapaces de practicar la gratitud porque casi nunca están conformes ni contentas con lo que tienen y les sucede, por no hablar de que siempre quieren más y nunca se sienten saciadas o satisfechas. 

La gratitud es una actitud que nace de la humildad, por lo tanto, para ser agradecido hay que ser primero humilde, cualidad de la que las personas permanentemente insatisfechas suelen carecer. Ser humilde implica entre otras cosas: 

. Reconocer nuestros errores y limitaciones. 
. Estar dispuesto a equivocarse y aprender. 
. Saber pedir perdón. 
. Ayudar, respetar y valorar a los demás. 
. Dejar de presumir o alardear. 
. Ser generoso. 
. Hablar menos y escuchar más. 

Y no deberíamos confundir ser humilde con ser servil porque son dos cosas totalmente diferentes. Lo servil está relacionado con la servidumbre y la baja estima, sin embargo la humildad no solo es perfectamente compatible con una alta estima sino que además la fomenta. Las personas humildes son las que mejor se valoran practicando el respeto por sí mismas para, a partir de ahí, respetar y valorar a los demás. 
La expresión de gratitud más simple que conozco consiste en una mera sonrisa y un “gracias” que le haga saber a la otra persona que su presencia, su palabra, su silencio o sus actos son importantes, y que de alguna manera nos ayudó con lo que hizo (aunque no lo hiciera para ayudarnos). Se trata de demostrar respeto y de valorar lo que los demás hacen por nosotros. 
El agradecimiento sincero genera a su vez más agradecimiento; no solo se trata de agradecer a los demás, sino que debemos empezar por valorarnos y agradecernos a nosotros mismos todo lo que somos y lo que hemos conseguido, mucho más allá de los errores cometidos y de todas nuestras limitaciones. Se trata pues también de aceptar nuestros errores y permitirnos cometerlos, permitiendo también a otros que puedan errar. Esto hará que apreciemos, valoremos y vivamos el presente, aceptando la vida tal cómo es y alejando la insatisfacción derivada de pensar en cómo creemos que debería ser. 
La gratitud, además, es como un músculo que a medida que lo entrenamos se hace más fuerte, y de esta manera nos permite percibir cada vez más cosas por las que sentirnos agradecidos. Por eso es importante ser constantes y entrenarlo con regularidad y de forma consciente: no sirve de nada decir gracias de forma automática y como mera fórmula de cortesía si no lo sentimos sinceramente. 
La gratitud es una de las actitudes más importantes que puedes adquirir y una de las que más cambiará tu vida. Alguien agradecido está mucho más cerca de lo que significa ser feliz y de llevar una vida más plena de lo que lo está una persona crítica y malhumorada. 

 La gratitud también cambiará tu perspectiva de la vida. Las personas agradecidas ponen su foco en dar y en los demás; las personas desagradecidas se fijan más en sí mismos y en autocompadecerse, en su inseguridad, en sus dudas, en la envidia y deseo de ser como otros que sí son agradecidos y viven exitosamente felices. La gente agradecida es también mucho más optimista y siempre ve las circunstancias en las que se encuentra como una oportunidad para aprender lecciones y sacar algo bueno, lo cual no implica que no pase por momentos bajos y tristes, por decepciones y frustraciones. 
Ten además en cuenta que, cuando practicas la gratitud, no solo tú te sientes bien, sino que contribuyes a mejorar la vida de los demás incrementando su bienestar. Y te darás cuenta que cuanto más das, más recibes, porque cualquier acto que realices encaminado a mejorar la vida de otra persona redundará en un beneficio para ti mismo. 

La gratitud nos conecta con la vida, contribuye a la felicidad y al optimismo, reduce la insatisfacción, nos ayuda a adaptarnos a las circunstancias, mejora nuestra salud mental y eleva nuestra autoestima, confianza y seguridad, además de mejorar nuestras relaciones, haciéndolas más sanas y enfocándonos hacia lo positivo y los valores que ello conlleva. 
¿No te parecen razones suficientes como para ponerte a agradecer ya mismo? 
Yo hoy quiero agradecer a la persona tan especial que me ha pedido que escriba este articulo y a todos los que dediquéis vuestro tiempo a leerlo. Espero que lo disfrutéis y lo compartáis con otras personas a quién pueda ayudar. 






martes, 10 de junio de 2014

Terapia de Pareja, ¿ Y por qué no?

Cuando empezamos a vivir en pareja los sueños e ilusiones nos dan el coraje de enfrentarnos a todo y depositamos muchas expectativas en la persona elegida.Con los años las ilusiones disminuyen y algunos de los sueños se hacen realidad, mientras que otros se tornan imposibles; a su vez, nos damos cuenta que las expectativas puestas en la persona amada a veces resultan excesivas y nos cuesta aceptar que no sea como esperábamos.
Al elegir una pareja todo empieza bien. Cada miembro prueba sus posibilidades y límites y, en principio, muestra lo mejor de sí mismo sin dejar trascender aquello que pueda molestar al otro. Pero a medida que pasa el tiempo las relaciones se van haciendo menos lúdicas, más firmes, surgen diferentes cambios y cada cambio implica una crisis.
A menudo acuden a mi consulta personas que han perdido los sueños e ilusiones de pareja, a veces debido a la rutina, otras a la sobrecarga de tareas de la casa y muchas con el nacimiento del primer hijo; acaban aislándose cada uno en su mundo personal, alejándose inevitablemente el uno del otro.
La pareja pasa por fases muy diferentes que muchas veces aparecen como graves crisis. Pero es bueno entender que dichas crisis son esperables en todo proceso. Es muy importante poder tratar y superar esas crisis ya que es la única manera de poder sostener una pareja madura. Una de las claves consiste en poder diferenciar una crisis de un final definitivo, y es en estos momentos cuando se debe buscar ayuda profesional antes de que ésta ya no sea efectiva. Si bien, en ocasiones, aún empezando una terapia de pareja tarde para solucionar la crisis, la terapia ayuda a que el final sea algo más amable y menos doloroso.
Existe una fuerte resistencia a pensar que nuestras relaciones tienen problemas. El reconocer que puede que haya algo que no funciona es casi como admitir su fracaso. Las parejas se autoengañan pensando que es solo una temporada, que es debido a los niños, al estrés laboral, a una mala racha o a un sin fin de excusas, con tal de no reconocer que existe un problema al que se le deben dar soluciones efectivas. Otros se resignan pensando que nada cambiará y ya no hay solución posible y mejor continuar "aguantando" la situación por el bien de los hijos, cuando los niños son los primeros que perciben en el hogar la falta de amor entre sus padres, lo cual es mucho más dañino para ellos que una separación.
La terapia de pareja es muy útil si nos importa volver a recobrar los sueños e ilusiones por compartir planes de futuro. Si bien es cierto que no siempre funciona, tal vez debido a que en general se atrasa hasta que los problemas son demasiado profundos. El mejor momento para iniciar una terapia es cuando comienzan los problemas que no pueden ser resueltos por sí solos. Cuando esas situaciones se dejan pasar pensando que van a solucionarse milagrosamente se suelen acumular sentimientos de frustración dañinos para la relación.
Sabemos que el proceso de convivencia es complicado y que produce un desgaste en la relación. Esto se debe al proceso intrínseco de la propia convivencia y a todos los cambios, tanto personales como externos, que se dan en la vida de cualquier pareja, y que afectan en esa convivencia.  Este proceso de desgate es lento y las parejas no acuden de inmediato a buscar ayuda, intentan resolver los problemas con infinitud de mecanismos, no siempre acertados, como: dándose un tiempo, haciendo como si nada pasara, como si los problemas se solucionaran por ciencia infusa o con la esperanza que el otro "ya cambiará". Estos mecanismos erróneos aumentan los niveles de insatisfacción y malestar en el seno de la pareja. Es entonces cuando muchas parejas se plantean la posibilidad de realizar una terapia. 
El proceso de tomar la decisión no es fácil. Muchos de los casos que vemos en consulta son personas que han tardado tiempo en tomar la decisión, aún siendo conscientes de los problemas que tienen, bien por desconocer en qué consiste la terapia, hecho que conduce al escepticismo, bien por desconfianza sobre la ayuda que realmente pueden recibir. Generalmente, cuando acuden, suele haber un acontecimiento negativo reciente como detonante que ha provocado la decisión de llamar para esa primera cita. Pero hay un desconocimiento sobre “qué es” y “cómo no puede ayudar” la TERAPIA DE PAREJA. Entendiendo que esta falta de información cause escepticismo y retrase el acudir, provocando un mayor desgate en la relación, pensamos que dar una información clara y sencilla sobre el proceso de la terapia, acerca de lo que hacemos, cómo son las sesiones, etc. puede ser de ayuda para muchas personas que están viviendo una situación difícil en su relación de pareja y se han planteado la posibilidad de utilizar este recurso.

La terapia, mejor si es en familia

Los seres humanos somos seres relacionales, es decir, solo podemos ser entendidos en relación con los demás. Por eso, en ocasiones, cuando una persona sufre un problema está relacionado con su interacción con otros miembros de su grupo social; el primer grupo social que establecemos y el más importante es la familia.
Todos sabemos lo que es una familia pero la mayoría desconocemos lo complicado de su funcionamiento y las reglas que éstas mantienen. Una familia funciona como un sistema, por lo que un solo miembro de la misma no podrá cambiar la dinámica familiar en caso de ser ésto necesario; se requerirá entonces la figura de un especialista en la materia, ajeno al sistema. Además, será necesario que los miembros de la familia estén dispuestos a participar de esos cambios.

Normalmente llegan a mi consulta madres y padres preocupados por el comportamiento de sus hijos. Sin embargo, en la mayoría de ocasiones el problema no está en la persona que acude como paciente, sino en el funcionamiento conjunto y las reglas de esa familia, que acaban produciendo que alguno de los miembros desarrolle lo que llamamos síntomas, que otros miembros de la familia confunden con comportamientos extraños o inadecuados.
Casos como "mi hijo hace lo que le da la gana", "mi marido no me hace caso y hace su vida", "mi hija no se centra en los estudios", "tiene problemas con todo el mundo", "resulta que se junta con gente que no le conviene", son muchos de los síntomas que se pueden desarrollar en una persona que forma parte del sistema familiar que no funciona de forma adecuada, desarrollándose así esa "conducta alterada".
La función del psicólogo especialista en terapia familiar no es otra que la de facilitar que los miembros de ese sistema se comuniquen entre ellos de una forma sana para desarrollar realciones coherentes.
Por otro lado, todas las familias entran a lo largo de su vida en varias crisis. Las crisis suponen un cambio y, como cualquier modificación, un período de inestabilidad. En ellas podemos ver un peligro o una oportunidad de mejora y evolución. En las crisis familiares las relaciones entre sus miembros pueden mejorar o empeorar; lo que harán, inevitablemente, es cambiar y dependiendo de cómo esa familia afronte la crisis y las ayudas que tenga lo hará para mejora o empeoramiento de ese sistema familiar.
Podemos entender las crisis también desde el punto de vista de que lo que siempre había funcionado en una familia se queda anticuado y ya no sirve y lo nuevo aún no ha llegado y es desconocido, por lo que nos da miedo.
El psicólogo, cuando acude una persona con un problema determinado, no trata de curar un síntoma, pues lo que provocó dicho síntoma, desde el punto de vista del sistema familiar, es un funcionamiento insano. No se trata de culpar a nadie, ni siquiera al funcionamiento de la familia, sino de intentar que el sistema se equilibre y de observar desde fuera al sistema para dar una nueva perspectiva de cambio y mejora a fin de que todos los miembros de esa familia se impliquen en ese reajuste y cambio hacia un equilibrio. No cabe duda de que cada familia y cada miembro de la misma lo hace lo mejor que sabe y tiene sus propias reglas, pero las inevitables crisis y etapas que todas las familias atraviesan hacen que las reglas deban ir renovándose y cambiando. En ocasiones, para poder ayudar un psicólogo a una persona, debe contar con la ayuda de su familia y averiguar qué factores de las interacciones familiares le están ayudando o perjudicando. Así, una de las formas de intervenir en psicología es la terapia familiar.
A veces, el terapeuta decidirá contar con la colaboración de algunos miembros de la familia o con todos ellos y les reunirá en consulta. Otras, les citará de manera individual, pero siempre tendrá presente las relaciones que el paciente establece con su entorno familiar y trabajará sobre ello.
En todo caso, en Terapia Familiar el proceso terapéutico es similar (en sus etapas e intervenciones) al de la Terapia Individual, con la diferencia de que se trabaja con la familia y las relaciones que el paciente establece en ella.
Las familias, aunque tengan dificultades, tienen un potencial muy grande para cambiar y funcionar mejor. La terapia familiar trata de usar ese potencial para favorecer los cambios, intentando ayudar a buscar una forma alternativa para solucionar los problemas que produzca menos dolor, angustia o frustración en la persona o personas afectadas. La finalidad es mejorar la comunicación entre los miembros trabajando con todos a la vez. De esta manera, la posibilidad de cambiar la situación es mucho mayor. Uno de los inconvenientes en este tipo de terapia es su larga duración, ya que los tratamientos que buscan modificar dinámicas que llevan años de evolución no se pueden hacer a corto plazo, atendiendo a que la disfunción familiar se produce a lo largo de años, por lo que, como mínimo, se necesitan varios meses o años, dependiendo del tipo de problema. Sin embargo está comprobado que las personas que hacen terapia familiar durante un tiempo prudencial se benefician notoriamente. 
Si vemos que un problema que hemos intentado solucionar en repetidas ocasiones y nos genera sufrimiento en nuestra convivencia familiar no tiene solución, muchas veces, el realizar una terapia familiar con un especialista puede ayudarnos a encontrar otras soluciones que alivien un malestar de muchos años de evolución y hacer cambiar situaciones que parecía imposible que mejorasen. Ahora bien, un último consejo: en caso de escoger este tipo de terapia o sernos ésta aconsejada por parte de un profesional, es importante recurrir a un psicólogo que esté especializado en terapia familiar.  

miércoles, 26 de marzo de 2014

YA NO SOMOS DOS, SOMOS TRES.


La mayoría de las personas, cuando se enamoran, lo hacen desde una fascinación por aspectos del otro carentes en uno mismo. Nos fascina su seguridad, la espontaneidad, su forma de comprender la vida, su independencia, su claridad de ideas; cualquier aspecto de nuestra personalidad, todavía por evolucionar, puede servir como excusa para iniciar una relación de pareja. En algunas parejas, con el tiempo, esa sensación de admiración va dejando paso a la rutina y a otras sensaciones de incomodidad. Así, la seguridad puede convertirse en soberbia, la espontaneidad en impulsividad, la independencia en egoísmo, la bondad en perfeccionismo o su claridad de ideas en una mente cerrada. Surgen entonces las contradicciones, dependencias y ataduras emocionales que, con el tiempo, aprisionan a la pareja. Sin embargo ésta se sostiene, pues ambos miembros obtienen algo que necesitan del otro, ambos miembros dan y reciben.
Cuando dejamos de ser dos para convertirnos en tres con el nacimiento del primer hijo el sistema cambia en su totalidad. La madre dedica toda su energia al bebe y el padre debe dar sostén a una madre que se dedica en cuerpo y alma a su cría. Existe un nuevo circuito en que se rompe el equilibrio de la pareja y ambos dan sin recibir del otro como antes estaban acostumbrados a hacer. Es necesario que los dos comprendan e integren este nuevo sistema de funcionamiento para que el hijo reciba todo el amor necesario y así crecer en armonía. Es un momento para ser conscientes de nuestras propias carencias, experimentar nuestros límites, enfrentarnos a nuestros temores y desplegar nuestro amor en su totalidad. Ser madre o padre implica una revolución interior de la que salir fortalecido o agotado, dependiendo de cómo lo afrontemos.

Ambos adultos han de reducir su ego para que la crianza pueda darse. Los dos deben dar en lugar de recibir y tener la flexibilidad suficiente para comprender que en ese momento de sus vidas les toca ofrecerse en su totalidad y dar amor incodicionalmente. 

A menudo me encuentro en la consulta con parejas que, con la llegada del primer hijo, se desestabilizan, como si las pequeñas fisuras que existían en su relación se abrieran en grandes grietas. Sin embargo, si las parejas están preparadas o se asesoran para ello, la llegada de un hijo puede ser el mejor momento para un crecimiento personal pues nos reencontramos con los aspectos menos deseados de nuestra mente. La tarea de ser padres o madres implica encontrar nuestras carencias infantiles, nuestros miedos y limitaciones, iluminar el material del que estaba construida nuestra relación de pareja. Modificar, crecer, improvisar, cambiar, asumir, integrar o aceptar son aspectos básicos y necesarios que debemos activar en un momento vital como la crianza de un hijo. Traer luz a las dependencias y necesidades que existen en la pareja y mejorarlas con el nacimiento de un hijo es una oportunidad única para que la unión crezca de forma que, en vez de dos mitades, podamos sentirnos dos seres humanos completos, íntegros y libres. Ahora bien, no busquemos un hijo como punto de unión con nuestra pareja, puesto que solo desde la libertad, respeto y flexibilidad hacia el otro podrá darse una crianza sana y el crecimiento de una familia adaptada y feliz.
A veces, cuando aparecen fisuras, una terapia de pareja o de crecimiento personal para reforzar los cimientos y hacer sólida la relación puede prevenir las grietas que se abren cuando nace un nuevo ser. Cuando de dos pasamos a ser tres ese crecimiento debe estar sobre unos firmes pilares pues esa personita conformará su personalidad en base a la solidez de su padre y su madre, como seres individuales plenos y como pareja completa. De los padres aprendemos todo y de su amor nos haremos, por ejemplo, personas seguras o inseguras.
Yo misma me encuentro en un momento de crecimiento personal, pues he sido madre; y pienso que no hay mejor legado que regalarle un amor incondicional; para ello recojo cada día de su padre y de mis seres queridos todo el amor con que me sostienen. Quiero dedicarles precisamente a ellos, pareja, madre y abuelos este articulo, por sostener el mejor proyecto de mi vida, ser madre.

martes, 4 de marzo de 2014

Quiero ser madre...Voy a ser madre

 Tener un hijo es el sueño de muchas mujeres, sin embargo, ese deseo se traduce hoy día en un proceso largo, muchas veces más de lo deseado. Cada vez nos retrasamos más a la hora de decidir que estamos preparadas para la maternidad. Esto provoca, a su vez, momentos de desesperanza si no llega el feliz acontecimiento, tendiendo a pensar que, quizá, ya es demasiado tarde.
En la capacidad reproductiva de la mujer y el hombre inciden muchos factores, no solo físicos, como la edad o el estado de salud general, sino también psicológicos y mediambientales. Hoy día, cada vez tardamos más en concebir hijos, debido al ritmo de vida que llevamos, el estrés, la vida sedentaria o hábitos poco saludables. En los varones, estos factores afectan a la calidad del semen, mientras que en las mujeres, el hecho de obsesionarse con factores como los días fértiles o el proceso ovulatorio no hace más que incrementar ese factor de estrés ya de por sí existente debido a nuestros hábitos y vida cotidiana.
Ahora bien, cabe destacar también factores psicológicos, pues del entusiasmo y motivación iniciales de los primeros meses pasamos muchas veces a episodios de frustración y desánimo al ver que pasa el tiempo y el ansiado desenlace no acaba de llegar. El acto sexual, pasa de convertirse de un acto de amor y deseo a un acto obligatorio o calculado, causando ésto un estrés añadido a la pareja.
Hoy quiero hablar, no solo desde la óptica de psicóloga que atiende a muchas mujeres y parejas en esta situación, sino también desde mi propia experiencia, la de una mujer que estuvo casi 3 años intentando conseguir un embarazo que suponía mi mayor deseo y el de mi pareja. A pesar de todas las estrategias de las que dispongo, caer en la decepción continua cuando el dichoso test daba negativo era inevitable. Desde mi propia experiencia personal siento que pude llegar a aceptar y superar esas emociones, entremezclándolas con aquellas estrategias y pautas de salud que tan familiares me eran. Así, finalmente mi sueño se hizo realidad y mi felicidad fue plena, gracias a la llegada de Alejandro.
Por eso hace tiempo que vengo valorando la idea de crear desde nuestro gabinete de psicología un grupo terapéutico dirigido a aquellas mujeres que os encontráis en esta situación de indefensión y no sabéis dónde acudir, un espacio de terapia grupal donde compartir la desesperanza y tornarla en ánimo y estrategia de afrontamiento a partir de las experiencias personales y las pautas profesionales, todo ello destinado a “mujeres que desean ser madres”.
El gran deseo de “ser madres” y la presión de nuestro entorno, la sensación de tristeza y la frustración al ver que cada vez “me vuelve el periodo” influyen negativamente en nuestra mente y nuestro cuerpo, convirtiéndose muchas veces en la principal causa por la que no logramos quedarnos embarazadas. Así, nuestros propios pensamientos pueden ser causantes de que no consigamos nuestro objetivo, bloqueando propiamente el proceso natural de la concepción. De esta forma resulta básico preparar no solo nuestro cuerpo, sino también nuestra mente para recibir tan importante acontecimiento como es un embarazo y futuro nacimiento de nuestro hijo.
Muchas veces, la ansiedad por conseguir el objetivo juega en nuestra contra, bloqueando el embarazo. Por eso muchas mujeres, después de intentar repetidamente la concepción natural, deciden recurrir a la adopción, relajando su deseo y quedándose posteriormente embarazadas de forma natural “cuando menos se lo esperan”. También, otras mujeres diagnosticadas de infertilidad corren la misma suerte; cuando han desistido y recurrido a la ayuda médica para concebir, relajan su cuerpo y mente y acaban teniendo un hijo de forma natural incluso trascurridos varios años. Esto sucede porque el centro de atención cambia, modificándose también los pensamientos que entorpecían el proceso natural; la ansiedad baja y la mente se ocupa en otra cosa, favoreciendo la consecución de nuestros anhelos.
¿Qué hacer entonces si nos encontramos bloqueadas, sin poder ser madres? Debemos reprogramar nuestro cerebro, darle órdenes para ayudarle y eliminar pensamientos que entorpecen más que favorecer. Debemos repetirnos encarecidamente frases como: “soy una mujer sana y saludable y voy a quedarme pronto embarazada” o “No hay ningún pensamiento que pueda interponerse a mi deseo de ser madre”.


Relajarnos del estrés y nerviosismo y visualizarnos embarazadas, recreando nuestra mente en imágenes sanas sobre el cómo será, qué sentiré o qué veré nos ayudará finalmente a conseguir uno de los más ansiados objetivos en la vida: traer al mundo otra vida

domingo, 2 de febrero de 2014

¿Que es el TOC?

Las obsesiones son pensamientos, ideas o imágenes absurdas o exageradamente negativas que le vienen nos vienen a la mente sin que lo podamos evitar y que producen una gran angustia. Las personas muy obsesivas pueden desarrollar un trastorno llamado trastorno obsesivo compulsivo (TOC). Dichas personas, cuando tienen ideas obsesivas, responden a éstas con compulsiones (actos repetitivos y comprobatorios) o analizando, dándole vueltas y más vueltas a las ideas en un intento desesperado de aliviar la angustia, cayendo así en la trampa de alimentar las obsesiones, que cada vez se hacen más fuertes, ocupando más terreno en la vida de la persona afectada y imitándole más el desarrollo de una vida sana. El obsesivo solo puede salir del laberinto en que se encuentra cuando deje de tenerle miedo al pensamiento sobrevenido y consiga no identificarse con él. Cada vez son más las personas que acuden a consulta psicológica con este problema, en la mayoría de ocasiones asociado ya a problemas de depresión y  trastorno de ansiedad, pues es el trastorno psicológico que produce más sufrimiento en las personas. Los estados de ansiedad pueden producir obsesiones, pero también las obsesiones pueden generar crisis de ansiedad, por lo que muchas veces se pueden producir diagnósticos erróneos con el consiguiente tratamiento equivocado del problema. El TOC no es un trastorno orgánico por lo que el tratamiento con fármacos no soluciona el problema, a pesar que las personas afectadas esperan que éstos sean la solución a todos sus males y pensamientos dañinos. Dicho trastorno es un problemas del pensamiento, una manera de pensar distorsionada, por lo que la psicoterapia cognitiva que trata de modificar y corregir esos errores de pensamiento es a día de hoy la alternativa más eficaz al tratamiento de un problema cada vez más frecuente. Si la persona acepta su problema y está dispuesta a hacer un esfuerzo saliendo de la zona de confort de sus pensamientos obsesivos, el trastorno obsesivo tiene solución. En la terapia para la persona con TOC habrá dos aspectos a tratar: uno, la personalidad obsesiva y otro el TOC propiamente dicho. Éste se genera desde una personalidad obsesiva, siendo ésta el caldo de cultivo que desencadena el problema. Por ello hay una serie de conceptos erróneos que hay que corregir y modificar como son la sobrevaloración del pensamiento (la mente es algo más que el ego-pensamiento), la necesidad de evidencia absoluta ante el mínimo riesgo (pretender controlar las cosas al 100%), el miedo ante los síntomas corporales (hipocondría) y los sentimientos de culpabilidad del pasado o miedo al futuro (no estamos viviendo la realidad del ahora).
La terapia psicológica va encaminada a que los pensamientos angustiosos vayan perdiendo importancia hasta que dejen de tenerla y entonces dejen de hacer sufrir. El obsesivo debe entender y asimilar que es algo más que sus pensamientos; debe aprender, con entrenamiento mental, a dar otro tipo de respuestas a esos pensamientos, desde la serenidad y amplitud mental a través de un entrenamiento psicológico. Eso ayudará a dar una respuesta más global que permita no entrar en el pensamiento absurdo o exagerado que tanto daño causa a las personas obsesivas y ayudará también a no caer en las compulsiones, pues como ya dijimos éstas refuerzan las obsesiones.
Cuando la persona obsesiva consigue no alimentar con compulsiones sus obsesiones éstas se disiparan, tal como se disipan las nubes cuando sale la luz del sol. La persona consigue así salir de la cárcel de sus propios pensamientos y empezar a ver un poco de claridad en su angustiosa existencia.