La Navidad es tiempo de costumbres
que invitan a participar de un mensaje de amor y de entrega. La
Navidad es, además, la fiesta de los reencuentros familiares y reúne a varias
generaciones cuyos dos polos principales son los nietos y los abuelos. De
hecho, cuando estos últimos pueden, son ellos los que reciben a la familia. Es
la manera de “ocupar su lugar”. En esta época, compartir las tradiciones en
familia y transmitir la importancia de dar y recibir amor, de ser
solidarios, de alimentar el espíritu y de disfrutar de las pequeñas cosas de la
vida, se convierten en el mejor regalo que podemos ofrecer a nuestros seres
queridos. Cada Navidad es una nueva oportunidad para colocarnos en el lugar que
nos toca en nuestro sistema familiar, en el de hijos, nietos, padres, hermanos
o compañeros. Nos gustaría que, por lo menos en Navidad, olvidáramos los
rencores del pasado y prevaleciera siempre el perdón y la reconciliación, para
conseguir una convivencia navideña llena de felicidad y de paz entre todos los
seres humanos y, en especial, en cada una de nuestras familias. La Navidad nos
lleva a sentimientos encontrados, al reencuentro con la familia y al recuerdo
de los que ya no están. Recuerdo, de niña, el amor con que mi abuela preparaba
estas fiestas para que todos nos reuniésemos alrededor de una mesa con una
hermosa vajilla de cristal y los mejores manjares, el color rojo de los
bombones de Nestlé y los colores brillantes de las galletas surtido iluminaban
aquel comedor de madera. Todo depende de las expectativas que pongamos y el
amor disponible. Si durante el encuentro familiar podemos dar amor sin esperar
nada a cambio, pedir lo que necesitamos y hablar desde lo que sentimos sin juzgar a nuestros seres queridos, entonces
podremos sentir la esencia de la verdadera Navidad, la de la gratitud por los
reencuentros, la de los abrazos esperados, la aceptación de que cada uno puede
dar y entregar aquello de lo que dispone, y no más.
Las familias tienen pautas rígidas de
funcionamiento y cuando se reencuentran de nuevo se vuelve casi de forma
automática a esa rígida homeostasis enfermiza. Cuando algún miembro que está
más sano deja de funcionar con los viejos patrones, el resto se resiste y se
crean los conflictos. Ese que empieza funcionando de modo diferente siempre es
considerado en la familia ”la oveja negra”. No se trata de volver a lo antiguo
ni de imponer lo nuevo, solamente de respetar a los otros y pedir lo que necesitamos,
desde la humildad. Solo de ese modo las situaciones pueden fluir y el
reconocimiento del otro puede llevarnos a poder dar y recibir el amor en sus
diferentes manifestaciones. Tal vez necesitamos un abrazo de mama y no lo
pedimos y ella nos regala un jersey de angora para que nos abrace por ella, pues
nadie la abrazó ni le explicó la importancia de hacerlo; tal vez tu abuela ya
le tejía a ella esos jerséis como forma de amor y es esa su expresión amorosa. Puede
que solo necesites palabras amables y que tu madre te diga que lo haces bien y
recibas una silla para sostener tu peso pues ella no conoce otra forma de
sostenerte. Si sabemos ver en lo sutil de las cosas, siempre podemos encontrar el
amor o el miedo en cada conducta. En cada detalle están las dos emociones
encontradas, que de forma mágica y misteriosa en Navidad se reúnen a cenar
juntas con toda la familia. Entre luces, dulces, brillos y copos de nieve
parece que lo invisible se hace más visible y se siente quienes están cerca y
quienes, a pesar de la distancia, se siguen reuniendo al lado de nuestros
corazones a cenar.
Por qué no pedir ese abrazo y darlo; tal
vez si humildemente explicáramos lo importante que es para nosotros el
reconocimiento de mamá o papá…
Este año he comprado un mantel nuevo de
Navidad en honor a mi abuela y al amor que ella ponía en la mesa durante las
fiestas y unos vasos nuevos para recoger el fluir de nuestro sistema familiar.
Pondré unas velas para iluminar nuestros corazones y una intención de aceptar
que, a pesar de todas nuestras diferencias, hay algo común en nosotros y es el
amor que sentimos y el profundo deseo de que cada Navidad sea mejor que la
anterior y podamos sentir el amor de nuestro sistema familiar. Habrá sitio para
todos, los que vengan y los que no puedan venir y un pensamiento de amor y
reconocimiento para cada uno de ellos. Para los que ya no están y miran desde
las brillantes estrellas como el cristal de bohemia, un espacio en el corazón y
el agradecimiento por un legado de amor.
Os recomiendo que cada uno viva estas
fiestas desde la humildad y la gratitud, que mantengamos el ego a raya en cada
instante compartido, aceptando las diferencias de nuestros seres queridos, no
queriendo tener la razón y regalándosela esta vez al mayor que, por orden, es
legítimo y llegó antes a la vida. Que expresemos con abrazos, besos, caricias,
palabras de amor y miradas dulces nuestros mejores sentimientos por aquellos
que nos dieron la vida, nuestros padres, por aquellos que dieron la vida a
quienes nos dieron la vida, nuestros abuelos, por quienes vienen del mismo
lugar que nosotros, nuestros hermanos, por quienes nos acompañan en nuestro
camino, la pareja y por supuesto por quienes son la prolongación de nuestra vida,
nuestros hijos. Pero démosle el lugar que tienen en la vida, valoremos el orden
de llegada y honrémosles solo por ser. Es también un buen momento para
acercarnos a aquellos de quienes elegimos aprender, amigos, compañeros de
trabajo, jefes, todos ellos no están en nuestras vidas por casualidad sino para
aportarnos algo y reflejarnos en ellos. Atrevámonos a observar nuestras luces y
nuestras sombras a través del espejo de otros, soltar el miedo y volver al
amor, al lugar que en esencia nos corresponde a todos. Avivemos en estas
fiestas las llamas de nuestros corazones, juguemos como niños y sintamos sin
miedo nuestro sistema familiar desde la gratitud y el respeto que se merece,
pues algo milagroso emerge de él: nuestra vida.
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