sábado, 15 de noviembre de 2008

Sabias emociones

En ocasiones nos sentimos desbordados por emociones como la alegría, la ira, la culpa, el miedo, los celos, la fe, y tratamos de taparlas e ignorarlas, evitando los valiosos mensajes que tienen sobre nosotros mismos cuando, si aprendemos a escucharlas y a dialogar con ellas, nos abrirán un nuevo camino lleno de paz y armonía con nosotros mismos.

Emociones como el miedo, la ira, la frustración, la rabia, son sentimientos que todos hemos tenido alguna vez y, cuando no sabemos cómo interpretarlas ni a qué son debidas o por qué afloran en nosotros, se convierten en una fuente de malestar y sufrimiento, cuando en realidad deberían constituir una señal, una pista sobre lo que nos sucede. Al igual que en nuestro cuerpo físico cada órgano cumple una función específica y necesaria, en el universo emocional cada emoción cumple también una función de igual importancia.

Ciertas emociones nos informan de lo que poseemos, como la alegría, la gratitud, la confianza o la solidaridad, y son emociones agradables. Las contrarias, como la tristeza, el miedo, la envidia o la culpa, nos informan acerca de algo que nos falta. Estas emociones son dolorosas y las solemos llamar “negativas”, cuando en realidad no lo son, pues todas ellas son necesarias ya que las emociones dolorosas son valiosas señales sobre algo que nos ocurre, que evitamos decidir o que nos da miedo afrontar.

Nuestra mente gestiona nuestras emociones; ambas están en continua interacción y sin embargo con frecuencia quieren cosas distintas: “Quiero besar a alguien y la mente me frena”… “Quiero cambiar de trabajo y la razón se opone”.
Nos han hecho creer que, entre mente y emociones existe un antagonismo natural; cuando la relación entre la mente y las emociones es de complementariedad. Al pensar que debemos elegir entre ser racionales o emocionales, eso nos lleva a intentar negar determinadas emociones, retenerlas y no expresarlas de forma natural. Por ejemplo, pensar que llorar en determinados momentos o lugares es un signo de inmadurez, de falta de control, cosa que nos hace retener dicha emoción y no expresarla, cuando en realidad, la función de la mente es coordinar y posibilitar las emociones y éste es, precisamente, un signo de madurez.
Nosotros somos tanto nuestra mente como nuestras emociones. Nuestro bienestar “psicológico” dependerá de la relación que establezcamos entre ambas: podrá ser un camino en el que predomine la insatisfacción y el sufrimiento o, por el contrario, un camino que recorramos tranquilos, aprendiendo y con la paz emocional que produce el sentirnos amorosamente respaldados por nosotros mismos.

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