lunes, 9 de marzo de 2009

Reflejandonos a nosotros mismos

Cuando nos enfadamos con alguien lo que nos molesta de la actitud o comportamiento de la otra persona o de la situación en sí que nos toca enfrentar es que nos muestra, como si de un espejo se tratara, un rasgo o conflicto que en realidad forma parte de nuestro mundo interior.
La persona o la situación que nos provoca el malestar reproduce frente a nosotros una característica propia de nuestra personalidad con la que no estamos de acuerdo, que nos resulta desagradable y con la que luchamos contra nosotros mismos. Esto es lo que se llama "proyectar" en los demás aquello que no nos gusta de nosotros mismos.
Pero, aún sabiendo de antemano cómo funciona el mecanismo de la proyección, cuando realmente nos enfadamos, cuando nos sentimos profundamente afectados por una persona o por una situación, nos resulta muy difícil aceptar esta explicación y tendemos a “olvidarla”. Incluso si en esos momentos alguien nos la recuerda tal vez nos sintamos inclinados a creer esa situación no va con nosotros.
La interpretación de cuál es la verdadera causa del dolor que experimentamos durante un conflicto es una tarea exclusivamente personal. A veces, otras personas (un psicólogo, por ejemplo) pueden ayudarnos con una interpretación acertada, pero esa ayuda nos será de utilidad sólo si nos conduce a una comprensión personal acerca de la verdadera causa de nuestro malestar. Con esta salvedad, y sólo como una guía muy general para tratar de interpretar correctamente qué rasgo nuestro nos está mostrando una determinada situación externa, os propongo una sencilla clasificación. Se trata de tres formas muy frecuentes que adopta el mecanismo de la proyección para “ocultarnos” alguna característica nuestra que aún no hemos podido aceptar:
1) Con frecuencia encontramos especialmente desagradables algunos rasgos de la personalidad de otras personas que también podemos observar en nosotros. Por ejemplo, si somos impuntuales y esa es una característica nuestra que nos disgusta, tal vez también nos moleste mucho ver ese “defecto” en los demás.
2) A veces las características de otras personas que nos disgustan exageradamente no son rasgos de nuestra personalidad. De hecho, nunca y bajo ninguna circunstancia nos permitiríamos actuar de esa manera “tan reprochable”. Probablemente sí se trate de una característica nuestra, que hemos reprimido, tal vez como estrategia defensiva durante el proceso de educación si éste nos resultó muy estricto. Por ejemplo, los padres de hoy que se enfadan por lo desordenados que son sus hijos adolescentes, educados en un entorno más tolerante. Sin lugar a dudas hay rasgos de la personalidad que efectivamente son valiosos y que ciertamente es conveniente tener. Así, es preferible que seamos ordenados y responsables antes que desordenados e irresponsables. Pero sólo si hemos podido desarrollar una determinada cualidad, a lo largo de un proceso de maduración o crecimiento, y no si la adoptamos por miedo o temor al castigo, podemos realmente considerarla nuestra y ser indiferentes a lo que hagan los demás.
3) Por último, solemos ser especialmente susceptibles a ciertas formas de trato desconsiderado o de maltrato. En estos casos es muy probable que estemos siendo tratados exactamente de la misma manera en que nos tratamos habitualmente a nosotros mismos.
En estos casos el enfado que sentimos hacia el otro pretende ocultar el profundo malestar que nos causa la falta de una relación sana con nosotros mismos.
Finalmente, para terminar este artículo con una visión positiva y optimista, también es cierto que lo que vemos de bueno y de agradable en “el exterior”, es decir, en las situaciones que nos toca vivir y en nuestras relaciones con los demás, es también un fiel reflejo de nuestro mundo interior. Y en la medida en que vayamos conociéndonos, aceptándonos y queriéndonos más profundamente también irá mejorando nuestra interpretación de la realidad.
Intentemos pues rodearnos de gente positiva y que nos cause bienestar y optimismo; reforzaremos así nuestras virtudes y partes saludables, queriéndonos cada vez más y estando así en condición de querer más a los demás.

No hay comentarios: