viernes, 5 de marzo de 2010

La máscara del Ego

Decimos con frecuencia que “tenemos el ego subido”, pero ¿Qué es el ego?
Es la idea de uno mismo subida por encima de la realidad; es la máscara, el papel que estamos desempeñando y supone una forma distorsionada de afirmar y vivir la existencia.
En la cultura que predomina en nuestros días, a la inmensa mayoría de las personas no les interesa “lo que son”, sino “cómo los ven”, qué calidad de imagen proyectan a los demás, aunque no sea objetiva. Así, el hombre de nuestra sociedad actual se lanza a participar en esa carrera de las apariencias, en el típico afán de quién engaña a quién, de cómo causar mejor impresión a los demás.
Jugamos a las etiquetas, a las formas sociales y exhibiciones económicas para competir por la imagen social, un combate en el que a los seres humanos no les interesa ser, sino parecer.
El ego se mueve así como pez en el agua en nuestros días. Se convierte en una barrera que las personas se ponen a sí mismas, a su “yo” más íntimo y espiritual, al que desplazan por un “yo” disfrazado con la armadura del ego. Creemos que necesitamos proteger nuestra imagen real, nuestra propia esencia, esconder nuestros sentimientos ante los demás, creyendo que solamente por mostrarlos eso nos hará más débiles al descubrirse nuestra verdadera identidad, nuestros miedos, nuestras carencias o inseguridades, en definitiva, aquello que consideramos como nuestros puntos débiles; sin embargo todos estos rasgos son comunes en el ser humano, sin distinción de razas, condición social o estatus; pues las emociones son “universales”.
Creemos que llorar o expresar nuestro amor a otro nos hace débiles, vulnerables, y tendemos a esconder y enmascarar esas emociones; sin embargo desconocemos la gran valentía y fortaleza interior de aquéllos a los que no les importa revelar sus verdaderas emociones y pensamientos sin avergonzarse de ellos, o a los que no les importa reconocer sus carencias e intentan, además, mejorar cada día sin gastar energía por dar una imagen de alguien mejor o superior al resto.
Al protegernos de otros en realidad nos escondemos de nosotros mismos. Nuestro ego actúa como una coraza que tapa aquello que no queremos ver y no tenemos el coraje de mejorar.
El ego en exceso nos lleva además en ocasiones a perder oportunidades o aleja a personas que pueden ser importantes en nuestras vidas por no ser capaces de pedir perdón, reconocer una carencia o expresar un sentimiento a tiempo.
Deberíamos preguntarnos cuándo el ego domina nuestras vidas y lo escuchamos más que a nuestro autentico “yo”, para así ser conscientes y poder liberarnos del egocentrismo y reconocer nuestros errores más profundos.
Me despido con una frase que invita a la reflexión: “Los cazadores atrapan las liebres con los perros, pero muchos hombres atrapan a los ignorantes con la adulación”.

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