viernes, 25 de junio de 2010

El valor de ser sinceros

Comienzo con una reflexión personal que quiero compartir: la dificultad que entraña el valor de ser sincero con uno mismo y, en consecuencia, con los demás.
Ser sincero requiere de una gran voluntad personal y puede conllevar, en ocasiones, sentirse solo. Sin embargo, dado que nuestra autoestima debería estar basada en la propia opinión sobre nosotros mismos y no en la opinión que los demás tienen sobre nosotros, si nos mostramos sinceros con nosotros mismos debo entender que el hecho de sentirnos en ocasiones solos es algo habitual en un mundo en el que la sinceridad no es un valor en alza.
Contamos con numerosos ejemplos en nuestra sociedad, como nuestros propios dirigentes, los políticos, que conforman un colectivo que, al menos hoy en día, no inspira demasiada confianza en líneas generales. De este modo no puede haber sinceridad cuando el orador se acomoda manipulando la información a fin de complacer al mayor múmero de personas posibles. Este tipo de comportamiento nos es fácil reconocerlo, por ejemplo, en los políticos, pero en muchas ocasiones nos resulta difícil apreciarlo en nosotros mismos.
Otras veces no somos sinceros con nosotros mismos, en un falso intento de disfrazar la inseguridad y construir una falsa imagen de nosotros mismos para intentar vender al resto, pero que no se sostiene ante alguien sincero. Mentimos para gustar a otros, disfrazando lo que creemos que no gusta de nosotros mismos, en lugar de intentar mejorarlo para gustarnos más.
Ser sinceros implica una gran evolución personal y una elección valiente, cuya recompensa siempre es con uno mismo. No debemos esperar nunca que la recompensa venga de fuera y menos de aquellas personas con las que somos sinceros, pues en muchas ocasiones si las personas no estan preparadas para ser sinceras con ellas mismas, mucho menos lo estaran para que alguien lo sea con ellas.
Entonces: ¿cuándo debo ser sincero?¿Me voy a sentir solo si soy sincero?
La respuesta es más compleja de lo que parece. Sincero con uno mismo, siempre; y con el resto, cuando considere que el no serlo puede repercutir negativamente en otros o en mí mismo. Sincero cuando alguien me pide que lo sea y se muestra preparado para esa sinceridad.
Puedo elegir como opción personal ser sincero siempre, pero sin esperar que los demás me correspondan con la misma sinceridad que yo practico, pues de entenderlo así comenzaré a sentirme frustrado y a dejar de ser sincero por miedo a la opinión del resto más que a la mia propia
Cuando mi autoestima es algo basado en mi propia valoración, la sinceridad es siempre una buena elección. Soy sincero para aceptar mis propias limitaciones, valiente para mejorarlas y así mejorar mi autovalía.
No ser sincero esconde algo que no quiero ver y solo disfrazándolo disimulo aquello que no me agrada de mí mismo.
Puedo engañar al resto, como nos engañan a veces los políticos, pues es nuestra sociedad de la insinceridad está mejor visto el rico que el pobre, el que ocupa un puesto "importante" que el que no; pero al final, esconderme de mí mismo resulta más complicado que tener la habilidad de mostrar a otros aquella imagen propia que me fabrico para agradar.
La apuesta por la sinceridad es difícil y requiere un gran esfuerzo personal, valentía y constancia; pero es sin duda la opción más congruente con nosotros mismos y la más generosa hacia los demás.
Os animo a todos a practicar un valor que no está para nada de moda, la sinceridad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

tomo nota. (la toc)