miércoles, 9 de junio de 2010

Medicinas para el alma

Durante mis años de experiencia como enfermera, antes de licenciarme en psicologia, pude comprobar como muchas quejas de pacientes hospitalarios aquejados de distintos tipos de dolencias escondían tras ellas una fuerte necesidad de contacto humano, una mirada atenta, disponer de un tiempo para coger una mano, dedicar una sonrisa o simplemente escuchar a la persona, para así poder provocar el efecto calmante deseado por el paciente.
Solemos dar poca importancia a estas “medicinas para el alma”, ahora bien, establecer un contacto cercano y cálido hacia otra persona produce beneficios sorprendentes.
Existen estudios que demuestran que la ternura y el tacto disminuyen la ansiedad y el dolor. No en vano, el aislamiento social está relacionado con una mayor incidencia, por ejemplo, de problemas cardiovasculares, dolores musculares y depresiones.
Una realidad social es que existen muchas personas que se sienten solas, muchas otras que para paliar esa soledad se conectan a redes sociales, para interactuar con otros a los que no conocen de nada. Todo esto hace que escasee el contacto “real y cercano”. Nos encontramos en la “era de la comunicación” y nos faltan herramientas para establecer relaciones en las que se conecte íntimamente con los demás. De hecho, el principal motivo que hace que alguien acuda a la consulta del psicólogo suele ser la necesidad de aprender a comunicarse, ya sea con los amigos, los compañeros de trabajo o la pareja.
La falta crónica de cercanía emocional desemboca en relaciones donde se acepta todo con el fin de lograr algo de cariño. Otras veces la necesidad de afecto se compensa con falsos sustitutos como las compras compulsivas, el sexo, la comida o el juego entre otros. Sin embargo, lo que se desea también nos atemoriza, y creemos que si somos demasiado abiertos nos exponemos a ser heridos.
Es evidente que existen riesgos, pero bien es cierto que hay que correrlos si se pretende una ganancia final. Sólo cuando nos mostramos tal y cómo somos, sin máscaras ni defensas podemos conectar con los demás y enriquecernos unos a otros mediante las relaciones interpersonales. Deben existir fronteras y límites personales, pero éstos no deben ser rígidos, sino que se deben adaptar a las circunstancias en todo momento. Elegir bien el nivel de contacto con otras personas es una responsabilidad personal, y convertir esas relaciones en más superficiales o más profundas o íntimas puede resultar, casi siempre, una tarea difícil.
Cierto es que, para empezar a conectar efectivamente con los demás, lo primordial es conocernos bien a nosotros mismos, para poder hacerlo después con otras personas.

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