viernes, 24 de junio de 2016

¿ Donde está mi media naranja?

Nos contaron que no somos completos, que para ser felices existe una media naranja, pero nada más lejos de la realidad. Lo que no nos contaron es que somos seres completos y que solo nosotros mismos podemos completarnos y encontrar la felicidad en nuestro interior. Solo así podremos elegir a otra persona desde un lugar sano y no desde nuestras carencias.
Cuantas más carencias tenemos, más dependientes somos de otra persona y proyectamos la responsabilidad de nuestra propia felicidad en el otro, cuando en realidad depende solo de nosotros mismos.
Por ejemplo, si soy una persona controladora posiblemente se fije en mí una persona que necesite de ese control, que este aspecto que me caracteriza complete su falta de seguridad; a la vez que el controlador se enamora de esa parte sumisa del que se deja controlar.
Si soy una persona impulsiva tal vez me fije en una persona evitativa, que no muestra nunca emociones desbordadas; a su vez esa persona posiblemente se sienta atraída por mis emociones carentes de filtro. Sin embargo todos los extremos son malos y las carencias, al igual que los excesos, en cualquier aspecto de la personalidad, son dificultades de encontrar un equilibrio emocional a nivel personal.
¿Qué pasará cuando encuentre ese equilibrio y continúe al lado de la persona de la que me enamoré, con una carencia mía que ya no existe? Pues que la magia habrá desaparecido, aunque muchas veces ni llegamos a ese punto pues mucho antes la balanza se descompensa en alguno de los dos extremos ya que casi siempre, las relaciones elegidas desde las carencias personales están abocadas al fracaso.
Cuando nos sentimos completos como seres individuales, felices, con una autoestima sana, capaces de gestionar nuestro mundo emocional de un modo sano y sin apegos enfermizos por nuestras carencias infantiles, entonces y solo así, elegimos a nuestra pareja desde un lugar sano. De este modo el otro aporta algo más a mi vida, un valor añadido, disfruto de esa compañía sin exigencias y sin renunciar a mí mismo ni exigir al otro ninguna renuncia.
Desde ese lugar puedo admirar en el otro virtudes y capacidades que yo acepto que son diferentes a las mías, que yo no tengo, pues poseo otras diferentes.
No existen apenas relaciones elegidas desde ese equilibrio emocional porque las personas no solemos llegar a ese equilibrio hasta edades muy avanzadas e incluso en muchas ocasiones no llegamos nunca. Sin embargo, el grado de evolución y crecimiento personal de cada uno va haciendo que cada nueva elección sea un poco más desde una mayor autonomía emocional. Nuestras parejas son grandes maestros y los fracasos dejan en nosotros aprendizajes que nos permiten evolucionar y mejorar como personas hacia ese equilibrio emocional que todos ansiamos.
Cuando acuden parejas a mi consulta reprochándose culpas el uno al otro por su infelicidad, atribuyéndose mutuamente
la responsabilidad del fracaso de la relación, siempre intento que cada uno de ellos responda a esta sencilla pregunta, de difícil respuesta, desde una postura de humildad: ¿Qué podría haber hecho yo de otro modo para que la relación fuese mejor? O dicho de otro modo: Si yo hubiese o no hubiese… la relación podría haber sido más fácil o armónica. Es una pregunta que en la mayoría de ocasiones cuesta responder hasta que son capaces de liberarse un poco de la rabia que provoca el propio ego, como trampa que parece que nos defiende, cuando lo único que hace es herirnos a nosotros mismos y a la persona amada.
Una consecuencia triste de esas separaciones no resueltas desde la humildad y la madurez la sufren los hijos, esas personitas que dependen exclusivamente del mundo de sus dos referentes y principales fuentes de amor y foco de admiración, sus padres. Esos que les muestran cómo debe ser el mundo. Ahora bien, los padres se pueden comportar como un equipo en el que dos van a la una para que todo funcione o bien como duros competidores en pugna constante; así verán después ellos el mundo, en paz y armonía o en caos y guerra.
Por eso es importante recordar, cuando una experiencia no funciona como pareja, que si hay hijos debe continuar funcionando la experiencia como padres en equipo, a pesar del dolor, la rabia o el ego; todo eso dejémoslo para nuestra intimidad y seamos para nuestros hijos padres maduros que ofrecen amorosamente sus afectos, de un modo sano y conjunto, que se entienden, aunque no como pareja, sí como padres. Es además importante explicar a los hijos que si bien la pareja se ha roto, continúan juntos en su papel como padres para lo que ellos necesiten, y que eso siempre será así; de no saber hacerlo es importante buscar la ayuda de un psicólogo especialista en la gestión de estas situaciones y en el trabajo sistémico con familias.
La única forma de educar a hijos emocionalmente sanos, es empezar por nosotros mismos.

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